martes, 17 de julio de 2012

#20

Soledad. Letargo en estado puro, ráfaga de ira contra el vestigio de su amor. Canción de tristes melodías; y en ella la melancolía, la verdadera pasión.
Hoy sentir le da vergüenza, tatúa al personaje con tribales de debilidad. Mundo corto, lleno de decepción, quién te dará la cuenta de que no somos inmortales, de que en el defecto esta la evolución. Él se mira al espejo y ve una imagen, observa el resultado, sin entender la proyección.
La vida. Planos y planos, saltos de página, rutina, meridiana obsesión. Encontramos y perdemos, dualismo verbal, que en días y noches sintetiza lo irreducible.
La vida se le muestra altiva, lejana y sombría. Quiere querer; invertir en el añorar, produciendo alguna acción digna de llamarse historia. Sabe que no sabe, y que es lo único que aprendió. Cada paso es un tropiezo hasta que se aprende a arrastrar. Ahora la realidad ralentizada le asegura un momento de certeza: existe porque tiene dolor; porque aunque esté lejos del camino sigue dejando huellas.
El arte y la creación, destellos guardados, combinando, mezclándose para dar a luz a una nueva sensación. Desahogo en notas y color; transmitir para aliviar la carga, en honesta, modesta revelación.
Piensa que todo busca la simplificación; que somos más pero entendemos menos; que en el detalle está la razón, aunque haya cultura de creer lo contrario. Pero cuando quiere comunicar la lengua se le congela, siente que no debe, no puede develar. Lo chico y lo grande se le presentan en conceptos de endebles significados. Se confunden entre sí, como si no tuvieran leyes el uno sobre el otro. Se persiguen, se fraccionan, y vuelven a su lugar. En ese caos advierte que su seguridad va de la mano con su autoestima, y que éstas cruzan la calle de la verdad, agarrándose de la subjetividad.
Subjetividad. Laberinto y condena.