A dónde
irás sonrisa del deseo, a dónde sino, por más o por menos, a torturas,
hipérbolas de placer.
No lo
sabría decir mejor, aunque tampoco podría intentarlo…romper el condicional. Lo
parecido hace mella de lo original, como la repetición de estas palabras. De
vos en conceptos, en abstractas oraciones. Y vos sos religión, droga, parásito
en la razón, te nutres de la coherencia, hasta su extinción.
Aquella voz
que dice marcar algún camino, aquel día iluminado, que en exultante despertar,
te encontró riendo, convenciéndote del sentido. Cómo podrían ser verdad, si la
verdad no existe. Si la subjetividad reina hasta los bordes, donde terminan los
impulsos. Si los sentidos fallan, si el creer es vano… y cuánta muerte, cuánto
sufrimiento, en el nombre del creer.
Si en algo
hay que creer, es en el dolor, en la resistencia. En eso que hace llegar al ser
al límite, a dejar de existir. En todo lo que fomentamos inconcientes, en todo
lo inconciente, en la improbabilidad, la chance.
Suicida la
mirada, arrima al ojo lo que el cerebro no quiere interpretar. Que no hay más
luz en el futuro, que nos matamos los unos a los otros, por consensuar una
verdad. Que los recursos son recursos, si se piensa en renovar; sino son
pólvora, fuego artificial, un destello, y el vacío de nuevo.
Lamentablemente,
creer en no creer, también es creer. Es ese el laberinto mental que nos
inventamos, es en esa irónica razón, en la que confiamos para decidir. Así de
tiesa nuestra puntería.
Yo creo.
Creo en vos. Creo en las obsesiones, en volver siempre a vos. Creo que si te
imagino leyendo estas palabras, voy a vivir mil años; o cuánto podamos
considerar una eternidad. Hasta que el continuar signifique lo mismo que
imaginar, hasta que lo material no tenga límite. Hasta que el creer no exista,
porque el no creer tampoco. Hasta que nos veamos los unos a los otros de verdad
y hablemos con ingenua pero honesta
creatividad.