jueves, 6 de septiembre de 2012

#22

Ella esperó el amanecer junto al río, para observar otra vez al gigante que alguna vez los iluminó juntos. Las nubes del horizonte se disiparon, abriendo el paso. Sacó el reloj de arena de su bolsillo y lo sostuvo en su mano.
Evocó momentos de tensión, gritos apasionados de traición. Ella juzgando, él excusándose con su naturaleza, con la erosión de la rutina. Su imagen borrosa yéndose, el ruido de la puerta al cerrarse y el caer de sus lágrimas. Tormentas de llanto eternas, que hicieron de los proyectos barro que fluye por las cloacas.
Al recibir el primer rayo de luz, cerró sus ojos y apretó su mano con todas sus fuerzas, hasta hacer estallar el reloj en su interior. Su sangre se deslizaba a cada instante más lenta por sus brazos, mientras la arena se perdía con el viento. Sintió el dolor y pensó en cuándo todo se había terminado. Cuándo lo que parecía verdadero, tangible y edificado, se derrumbó frente la mirada cómplice del mundo.
El sol la contemplaba en el suspenso que ella había creado. Quería acercarse y abrazarla, quitarle las culpas, darle calor y claridad. Pero aunque ella pudiera sentirlo, estaba lejos, separado por sus párpados, por la realidad. Decidió quedarse quieto unas horas allí, donde ella lo retuvo. Romper las reglas para cumplir su deseo.
Finalmente abrió sus ojos para ver otra vez aquel amanecer, sabiendo que ahora iba a desaparecer, que el truco del reloj funciona una sola vez. Sacó un pañuelo para secarse las lágrimas y vendarse su mano, sin advertir el significado que eso tenía. Levantó su mirada una última vez y se despidió dando las gracias. Ya se sentía reconciliada con el tiempo, para dar media vuelta y volver a querer.
Luz, patrimonio del saber
Ciencia o placer,
La verdad es una vedette
Tenues, eclipsados deseos
Extraños al pensamiento,
Traspasan la ley,
Añorando los sueños de querer...